- ¿Qué? –contesté yo alarmadamente tomando un sorbo de coca cola que casi se me escapa por la nariz.
Empecé a toser violentamente. Me sentía incómodo y notaba el picor ácido del refresco en mis fosas nasales. Alberto me dio unas palmadas en la espalda, pero por compromiso y no por preocupación. Su cara reflejaba una mueca divertida.
Era verano de 2006. Una calurosa tarde en Madrid, con 30ºC a la sombra y la ciudad prácticamente vacía. Esta era la segunda vez que nos veíamos. Alberto y yo nos habíamos conocido unos días antes. En una orgía.
Recuerdo poco de cómo se organizó el encuentro. Era en un piso de una pareja de amigos míos muy viciosetes y bastantes buenorros. Otro día os hablaré de ellos. Había un par más en la habitación, pero nada del otro mundo. Pero por aquel entonces yo era un chaval de 20 años vicioso y salido que sólo quería ser follado hasta la extenuación. Ahora sigo siendo el mismo, pero 4 años más viejo, jeje. Llevábamos un rato ya en faena cuando llegó él. Uno de mis amigos escuchó el timbre, sonrió a su novio y salió corriendo de la habitación, con la polla dura y el culete rojo por los tortazitos que su pareja le había propinado. Entonces todos paramos. Dejamos de mamar, chupar o frotar lo que teníamos entre manos. Recuerdo que uno de los desconocidos tenía dos dedos en mi culo abierto. Y así nos quedaron mientras escuchábamos el ruido de la puerta de entrada abriéndose al otro lado de la casa.
Mi amigo y el recién llegado Alberto intercambiaron algunas palabras en la lejanía, de manera breve, y prontamente llegaron a la habitación, el primero con la polla ligeramente flácida ahora, el segundo vestido impolutamente con traje y corbata. Alberto era atractivo, tenía 28 años y era la edad que fácilmente aparentaba. Moreno de piel, pelo corto y barba cuidada, ambos oscuros. Sus grandes ojos marrones se abrieron de par en par cuando nos vio, esbozando una divertida sonrisa al vernos a todos en la habitación en varios colchones en el suelo, desnudos y en plena faena. Empezó a disculparse educadamente por el retraso aludiendo a alguna reunión de trabajo más alargada de lo esperado, mientras se quitaba la ropa tranquilamente y la iba dejando doblada en el reposabrazos de un sofá que había al lado de la puerta. Tenía uno de los mejores cuerpos que había visto en mi vida. Delgado, definido y atlético, una amplia espalda y unos pectorales definidos cubiertos de cortos pelos oscuros sobre un estómago liso que dejaba entrever una incipiente tableta abdominal en el que se describía un pequeño camino de pelos que iban desde el pecho hacia el ombligo, para juntarse con los púbicos. Tenía las piernas anchas pero duras, unos gemelos enormes y sus manos grandes, como sus pies de 45 de calzado. Llevaba un bóxer color rojo fuerte que le marcaba un redondeado culo, que todos descubrimos poblado de cortos pelos al quitarse prestamente la ropa interior. Alberto se giró totalmente desnudo hacia nosotros y todos descubrimos su polla, ya medio en erección gracias a la visión sexual que tenía enfrente. Era grande y gorda, muy oscura y capullona. Más estrecha por la base que en el capullo, que se intuía más gordo bajo ese prepucio. De la cerrada punta asomaba una gota de preseminal que se resistía a obedecer a la gravedad. Alberto retiró el pellejo de su glande y un pequeño chorro de preseminal que había permanecido oculto resbaló de su polla y cayó al suelo. Yo exclamé un pequeño grito de exclamación, mezcla de al admiración que sentía por ese hombre y del deseo que me inundaba al verle, rompiendo el silencio que todos habíamos mantenido mientras él se desnudaba y terminaba de contar sus problemas de horarios laborales.
Por primera vez él me miró directamente a los ojos. Sonrió divertido al verme, no era para menos. Yo era un jovencito de piel clara, ojos verdes y pelo negro largo alborotado. Era delgado pero no tenía un buen cuerpo. Apenas tenía pelos en el pecho y no lograba tener todavía una barba cerrada, por lo que mis pelos faciales eran más anecdóticos que reseñables. Me encontraba en uno de los colchones del suelo, tumbado hacia arriba con las piernas recogidas y el pubis alzado para darle mayor accesibilidad a mi blanco y lampiño culo. Este estaba invadido por los dos dedos que mi compañero de cama tenía metidos y que habían permanecido quietos constantemente. Por encima, mi polla permanecía dura, y roja, brillante y babeada por las babas de todos los que habían jugado con ella. La saliva ajena resbalaba por debajo hasta mis huevos, unas pelotas de considerable tamaño si comparábamos con las restantes proporciones de mi delgado cuerpo.
- Bueno vamos a retomarlo por donde lo habéis dejado, ¿no? – dijo Alberto.
Mientras mi amigo volvía con su pareja y el otro desconocido, a recibir algunos azotes más seguramente, Alberto se acercó hacia mi mientras mi culo quedaba al descubierto a medida que su invasor replegaba para hacer espacio al nuevo jugador. Alberto permanecía de pie incluso en el colchón. Yo había bajado las piernas y el estaba a la altura de mis caderas. Una nueva gota de preseminal se escapó de su pene y acabó sobre mi liso estómago. Yo mantenía una expresión inusual, serio y con los ojos abiertos, como si quisiera impresionar al nuevo jugador, intentando que no descubriera que era el más joven de la cama redonda. Miré atentamente esa mancha semitransparente que se asentaba en mi ombligo, que recogí con uno de mis dedos y me llevé directamente a la boca. Era un líquido denso y espeso, de sabor intenso pero dulzón, acusado ligeramente de algún regusto de orina previa. Decidido a hacer mía esa polla gordota y oscura, me incorporé lentamente hasta ponerme de rodillas en la cama. Mis compañeros de juego parecían expectantes a lo que yo hacía, mientras mis amigos y el otro desconocido habían retomado el juego donde lo dejaron en el colchón continuo, y parecían absortos en sus juegos. Me recliné hacía la polla de Alberto, que había dejado de crecer y ahora estaba alta y dura, apuntando hacia mi con el capullo medio tapado y mojado. Se la veía grande, pensé, pero no había crecido todo lo que prometía. Igualmente no podía dejar de mirarla, me tenía completamente hipnotizado. Mientras, mi compañero desconocido se sitió a mi detrás y agachándose me agarró de las caderas con la intención de que me pusiera a cuatro patas. Respondí sistemáticamente mientras ya tomaba la polla de Alberto con una de mis manos.
- ¿Te la meto ya? – dijo el desconocido mientras me abría el ojote al mismo tiempo que él se abría de piernas para rebajar la altura de su cadera a la de mi culo en pompa.
- Sí claro, fóllame a saco tío – dije, con la voz más grave que pude, intentando aparentar superioridad y masculinidad frente a Alberto.
Justo cuando ya estaba sacando la lengua para comerme esa deliciosa cabeza rosada que asomaba entre la oscura piel y empezaba a acumular nuevo preseminal, mi descocido compañero me introdujo de golpe toda su considerable polla en mi todavía poco dilatado culo. Una ráfaga de dolor invadió todo mi cuerpo mientras me estremecía. Solté un grito de angustia mientras alcé la cabeza y cerré los ojos mostrando una mueca de desagrado. Al abrirlos, todavía con la cara mirando al techo, pude ver su cara de cerca. Alberto me miraba fijamente a los ojos, con su mueca de sonrisa pero con ternura.
- Uf, joder. Cómetela ya, o se me pondrá dura del todo y no te entrará en la boca.
Su voz denotaba deseo, pero no sonó rudo ni grosero, sino como con delicadeza. Bajé la mirada hacia su aparato que, para mi sorpresa, empezaba a hincharse de nuevo. Obedecí sistemáticamente y me tragué toda su tranca hasta el fondo. Tenía la cara a la altura de sus pelotas. Entonces noté como el trozo de carne empecé a inflase en mi boca, como si fuera una esponja que absorbía mi saliva. Poco a poco tenía que ir abriendo la boca para dar espacio al monstruo que se estaba gestando en mi garganta. Cuando empezó a rozar mi campanilla me sentí incómodo y decidí sacármela de la boca. Abrí lo que pude mi garganta y dejé escapar su miembro, que emergió lleno de babas y chorreando una mezcla de preseminal y saliva. Aquello era un monstruo. Apuntaba a 25 cm de falo con un grosor que bien se podía asemejar en el glande al de una botella de agua pequeña. Su polla oscura resplandecía con la saliva y su glande, ahora descubierto al descubierto, era de color rojo intenso. El meato, en el centro, era grande y oscuro, y dejaba ver un hilo de líquido blanco que resbalaba.
Yo no podía apartar la vista del enorme falo, con los ojos bien abiertos. Albeto se lo agarró con las dos grandes manos y pude comprobar que aún así asomaba todo el glande y varios centímetros del cuerpo oscuro.
- Te lo dije, ahora ya no habrá manera -dijo irónicamente, sin mostrar pena, pajeandose la polla con sus dos manos gigantes como su polla.
- Eso lo veremos- contesté yo sonriendo pícaramente, al tiempo que con la palma de una mano me quitaba gran parte de las babas que su polla me había dejado y resbalaban por entre los pelos de mi mentón.
Empecé a toser violentamente. Me sentía incómodo y notaba el picor ácido del refresco en mis fosas nasales. Alberto me dio unas palmadas en la espalda, pero por compromiso y no por preocupación. Su cara reflejaba una mueca divertida.
Era verano de 2006. Una calurosa tarde en Madrid, con 30ºC a la sombra y la ciudad prácticamente vacía. Esta era la segunda vez que nos veíamos. Alberto y yo nos habíamos conocido unos días antes. En una orgía.
Recuerdo poco de cómo se organizó el encuentro. Era en un piso de una pareja de amigos míos muy viciosetes y bastantes buenorros. Otro día os hablaré de ellos. Había un par más en la habitación, pero nada del otro mundo. Pero por aquel entonces yo era un chaval de 20 años vicioso y salido que sólo quería ser follado hasta la extenuación. Ahora sigo siendo el mismo, pero 4 años más viejo, jeje. Llevábamos un rato ya en faena cuando llegó él. Uno de mis amigos escuchó el timbre, sonrió a su novio y salió corriendo de la habitación, con la polla dura y el culete rojo por los tortazitos que su pareja le había propinado. Entonces todos paramos. Dejamos de mamar, chupar o frotar lo que teníamos entre manos. Recuerdo que uno de los desconocidos tenía dos dedos en mi culo abierto. Y así nos quedaron mientras escuchábamos el ruido de la puerta de entrada abriéndose al otro lado de la casa.
Mi amigo y el recién llegado Alberto intercambiaron algunas palabras en la lejanía, de manera breve, y prontamente llegaron a la habitación, el primero con la polla ligeramente flácida ahora, el segundo vestido impolutamente con traje y corbata. Alberto era atractivo, tenía 28 años y era la edad que fácilmente aparentaba. Moreno de piel, pelo corto y barba cuidada, ambos oscuros. Sus grandes ojos marrones se abrieron de par en par cuando nos vio, esbozando una divertida sonrisa al vernos a todos en la habitación en varios colchones en el suelo, desnudos y en plena faena. Empezó a disculparse educadamente por el retraso aludiendo a alguna reunión de trabajo más alargada de lo esperado, mientras se quitaba la ropa tranquilamente y la iba dejando doblada en el reposabrazos de un sofá que había al lado de la puerta. Tenía uno de los mejores cuerpos que había visto en mi vida. Delgado, definido y atlético, una amplia espalda y unos pectorales definidos cubiertos de cortos pelos oscuros sobre un estómago liso que dejaba entrever una incipiente tableta abdominal en el que se describía un pequeño camino de pelos que iban desde el pecho hacia el ombligo, para juntarse con los púbicos. Tenía las piernas anchas pero duras, unos gemelos enormes y sus manos grandes, como sus pies de 45 de calzado. Llevaba un bóxer color rojo fuerte que le marcaba un redondeado culo, que todos descubrimos poblado de cortos pelos al quitarse prestamente la ropa interior. Alberto se giró totalmente desnudo hacia nosotros y todos descubrimos su polla, ya medio en erección gracias a la visión sexual que tenía enfrente. Era grande y gorda, muy oscura y capullona. Más estrecha por la base que en el capullo, que se intuía más gordo bajo ese prepucio. De la cerrada punta asomaba una gota de preseminal que se resistía a obedecer a la gravedad. Alberto retiró el pellejo de su glande y un pequeño chorro de preseminal que había permanecido oculto resbaló de su polla y cayó al suelo. Yo exclamé un pequeño grito de exclamación, mezcla de al admiración que sentía por ese hombre y del deseo que me inundaba al verle, rompiendo el silencio que todos habíamos mantenido mientras él se desnudaba y terminaba de contar sus problemas de horarios laborales.
Por primera vez él me miró directamente a los ojos. Sonrió divertido al verme, no era para menos. Yo era un jovencito de piel clara, ojos verdes y pelo negro largo alborotado. Era delgado pero no tenía un buen cuerpo. Apenas tenía pelos en el pecho y no lograba tener todavía una barba cerrada, por lo que mis pelos faciales eran más anecdóticos que reseñables. Me encontraba en uno de los colchones del suelo, tumbado hacia arriba con las piernas recogidas y el pubis alzado para darle mayor accesibilidad a mi blanco y lampiño culo. Este estaba invadido por los dos dedos que mi compañero de cama tenía metidos y que habían permanecido quietos constantemente. Por encima, mi polla permanecía dura, y roja, brillante y babeada por las babas de todos los que habían jugado con ella. La saliva ajena resbalaba por debajo hasta mis huevos, unas pelotas de considerable tamaño si comparábamos con las restantes proporciones de mi delgado cuerpo.
- Bueno vamos a retomarlo por donde lo habéis dejado, ¿no? – dijo Alberto.
Mientras mi amigo volvía con su pareja y el otro desconocido, a recibir algunos azotes más seguramente, Alberto se acercó hacia mi mientras mi culo quedaba al descubierto a medida que su invasor replegaba para hacer espacio al nuevo jugador. Alberto permanecía de pie incluso en el colchón. Yo había bajado las piernas y el estaba a la altura de mis caderas. Una nueva gota de preseminal se escapó de su pene y acabó sobre mi liso estómago. Yo mantenía una expresión inusual, serio y con los ojos abiertos, como si quisiera impresionar al nuevo jugador, intentando que no descubriera que era el más joven de la cama redonda. Miré atentamente esa mancha semitransparente que se asentaba en mi ombligo, que recogí con uno de mis dedos y me llevé directamente a la boca. Era un líquido denso y espeso, de sabor intenso pero dulzón, acusado ligeramente de algún regusto de orina previa. Decidido a hacer mía esa polla gordota y oscura, me incorporé lentamente hasta ponerme de rodillas en la cama. Mis compañeros de juego parecían expectantes a lo que yo hacía, mientras mis amigos y el otro desconocido habían retomado el juego donde lo dejaron en el colchón continuo, y parecían absortos en sus juegos. Me recliné hacía la polla de Alberto, que había dejado de crecer y ahora estaba alta y dura, apuntando hacia mi con el capullo medio tapado y mojado. Se la veía grande, pensé, pero no había crecido todo lo que prometía. Igualmente no podía dejar de mirarla, me tenía completamente hipnotizado. Mientras, mi compañero desconocido se sitió a mi detrás y agachándose me agarró de las caderas con la intención de que me pusiera a cuatro patas. Respondí sistemáticamente mientras ya tomaba la polla de Alberto con una de mis manos.
- ¿Te la meto ya? – dijo el desconocido mientras me abría el ojote al mismo tiempo que él se abría de piernas para rebajar la altura de su cadera a la de mi culo en pompa.
- Sí claro, fóllame a saco tío – dije, con la voz más grave que pude, intentando aparentar superioridad y masculinidad frente a Alberto.
Justo cuando ya estaba sacando la lengua para comerme esa deliciosa cabeza rosada que asomaba entre la oscura piel y empezaba a acumular nuevo preseminal, mi descocido compañero me introdujo de golpe toda su considerable polla en mi todavía poco dilatado culo. Una ráfaga de dolor invadió todo mi cuerpo mientras me estremecía. Solté un grito de angustia mientras alcé la cabeza y cerré los ojos mostrando una mueca de desagrado. Al abrirlos, todavía con la cara mirando al techo, pude ver su cara de cerca. Alberto me miraba fijamente a los ojos, con su mueca de sonrisa pero con ternura.
- Uf, joder. Cómetela ya, o se me pondrá dura del todo y no te entrará en la boca.
Su voz denotaba deseo, pero no sonó rudo ni grosero, sino como con delicadeza. Bajé la mirada hacia su aparato que, para mi sorpresa, empezaba a hincharse de nuevo. Obedecí sistemáticamente y me tragué toda su tranca hasta el fondo. Tenía la cara a la altura de sus pelotas. Entonces noté como el trozo de carne empecé a inflase en mi boca, como si fuera una esponja que absorbía mi saliva. Poco a poco tenía que ir abriendo la boca para dar espacio al monstruo que se estaba gestando en mi garganta. Cuando empezó a rozar mi campanilla me sentí incómodo y decidí sacármela de la boca. Abrí lo que pude mi garganta y dejé escapar su miembro, que emergió lleno de babas y chorreando una mezcla de preseminal y saliva. Aquello era un monstruo. Apuntaba a 25 cm de falo con un grosor que bien se podía asemejar en el glande al de una botella de agua pequeña. Su polla oscura resplandecía con la saliva y su glande, ahora descubierto al descubierto, era de color rojo intenso. El meato, en el centro, era grande y oscuro, y dejaba ver un hilo de líquido blanco que resbalaba.
Yo no podía apartar la vista del enorme falo, con los ojos bien abiertos. Albeto se lo agarró con las dos grandes manos y pude comprobar que aún así asomaba todo el glande y varios centímetros del cuerpo oscuro.
- Te lo dije, ahora ya no habrá manera -dijo irónicamente, sin mostrar pena, pajeandose la polla con sus dos manos gigantes como su polla.
- Eso lo veremos- contesté yo sonriendo pícaramente, al tiempo que con la palma de una mano me quitaba gran parte de las babas que su polla me había dejado y resbalaban por entre los pelos de mi mentón.
xxxxxxdddddddddddddddd......................quede mudoooooooooooo..............
ResponderEliminarcomo es que escribes eso, no me tienes compacion, ahora debere agarrarme duro mi polla que fue creciendo a la par que leia, ahora esta enorme, gorda, roja...una gota d preseminal aflora por su meato...quisiera introducirla en tu boca, joderrrrrr...correrme bien en tu boca, tragameeee